Demetrio Vallejo, el indoblegable


Este 24 de diciembre se cumplirán 24 años de la muerte de Demetrio Vallejo. Ese día un infarto al corazón le quitó la vida. Nacido en 1910, tenía entonces 75 años de edad.
Vallejo es uno de los más importantes dirigentes democráticos que ha tenido el movimiento obrero del país. Indígena zapoteco nacido en Espinal –pueblo cercano a Juchitán, Oaxaca–, trabajador ferrocarrilero desde los 18 años, encarnó, como pocos, la lucha por la independencia sindical.
Hijo de campesinos que arrendaban tierras, el menor de 11 hermanos trabajó en el campo y estudió con 17 años de edad, tan sólo hasta el tercero de primaria. Autodidacta y lector voraz de novelas, escribió a lo largo de su vida cinco libros, dos folletos, multitud de artículos periodísticos y cartas. Su prosa es clara, directa y concisa.
A pesar de simpatizar con la causa del socialismo, inicialmente no la entendió a cabalidad. En su formación teórica fueron muy importantes una serie de artículos sobre la Unión Soviética escritos por Vicente Lombardo Toledano, publicados en El Universal. “A mí me impresionó mucho su relato –escribió– y aunque no lo entendía muy bien, me pareció que de esa forma podía cambiarse la situación de miseria en que vivían (y viven) los obreros y campesinos, de México.”
En 1934, a la edad de 24 años, ingresó al Partido Comunista Mexicano (PCM). Trabajaba entonces en la comunidad de Jesús Carranza como empleado del Ferrocarril del Istmo de Tehuantepec, y luchaba junto con un grupo campesino contra el cacicazgo local. Fue fundador de la Federación de Trabajadores del Istmo en 1936.
En 1945 fue expulsado del partido sin ser juzgado y sin recibir una sola explicación de las causas de la sanción. Según él, ese organismo político fue responsable de multitud de disparates y obligaba a sus integrantes a seguir de forma tajante sus orientaciones y directivas. Junto con otros dirigentes relegados del PCM formó parte de Acción Socialista Unificada y, a partir de 1950 (y hasta 1957), del Partido Obrero Campesino Mexicano (PCOM).
Su decepción de estos partidos fue enorme: “en la cárcel me di cuenta de cómo los del POCM y del PCM se decían comunistas porque afuera se comían con sus palabras a los charros y a los jefes de la empresa, pero ahí adentro se apaciguaron, algunos hasta lloraban”.
A finales de la década de los 50 del siglo pasado encabezó la insurgencia obrera. En 1958, como presidente de la Gran Comisión pro Aumento de Salarios del sindicato ferrocarrilero, organizó paros de labores. Ese mismo año fue elegido secretario general del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana por 56 mil votos contra nueve. En 1959 dirigió la huelga de los rieleros, salvajemente reprimida por el gobierno de Adolfo López Mateos. Demetrio Vallejo fue detenido y acusado de sabotaje y disolución social.
Estuvo preso 11 años y 15 meses. Durante dos años hizo una huelga de hambre que sólo interrumpió la decisión gubernamental de obligarlo a alimentarse a través de una sonda. Durante meses solamente bebió leche. Excarcelado antes de cumplir la totalidad de su condena, sostuvo que su libertad era un triunfo del movimiento estudiantil de 1968.
Al salir de prisión, Vallejo dedicó sus energías a la formación del Movimiento Sindical Ferrocarrilero (MSF), una corriente depuradora del gremio. Como sucedió con los electricistas democráticos y con muchos otros sindicatos independientes formados en los primeros años de la década de los 70, después de un impresionante éxito inicial, el MSF fue sofocado por la represión gubernamental.
Junto con Heberto Castillo y otros intelectuales dio vida al Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT). En el camino vivió una nueva decepción debido a la actitud de personalidades como Carlos Fuentes (quien aceptó ser embajador de México en Francia durante el gobierno de Luis Echeverría), quienes, según Vallejo, aprovecharon el planteamiento de la creación de un nuevo partido político en el país para que les dieran algunas canonjías.
El naciente organismo político rechazó ser una fuerza marxista-leninista. Su objetivo era, de acuerdo con el líder obrero, convencer a los trabajadores para que ingresen a nuestro partido, que hagan suyos nuestros planteamientos. En lo que parece haber sido el karma de su vida, fue expulsado de la organización en 1983. Casi de inmediato pasó a formar parte del Partido Socialista Unificado de México, por el cual fue diputado federal hasta el momento de su muerte.
La enorme presencia moral que Demetrio Vallejo representó para el movimiento estudiantil y la intelectualidad progresista de México en la década de los 70 del siglo XX se ha ido apagando. Pareciera ser que a la izquierda institucional le salen sobrando sus padres (y madres) fundadores. En lugar de mantener viva su memoria, ha hecho hasta lo imposible por sepultarla.
Sin embargo, en el caso de Vallejo no todo está perdido. Elena Poniatowska, quien lo conoció y entrevistó en varias ocasiones, escribió El tren pasa primero, novela sobre la vida del líder obrero y el movimiento sindical de 1958-1959, que mereció el premio Rómulo Gallegos.
Asimismo, acaba de aparecer un magnífico libro compilado por Óscar Alzaga y Guadalupe Cortés, que incluye una parte significativa de las obras del dirigente ferrocarrilero, un acervo fotográfico deslumbrante, varias entrevistas y algunos ensayos sobre su vida y trayectoria. Publicado por la Sociedad Cooperativa de Trabajadores Pascual en dos tomos, la obra llena un enorme vacío sobre un personaje imprescindible.
En Yo acuso, Vallejo escribió: Lo que no soy ni seré jamás, es ser traidor a mis convicciones, a mi clase, a mi pueblo y a mi patria, cualquiera que sean las circunstancias que la vida me depare. Tenía razón. Así fue él. Más allá del balance sobre sus postulados políticos y sindicales, Vallejo, el indoblegable, merece ser recordado como una referencia ética de la izquierda, lo que es mucho decir en una época en que los valores en política están a la baja.
Fuente: La Jornada 22 de diciembre 2009

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